En tanto que hemos super-valorizado este proceso de generar a gran escala, en grandes cantidades, para el gran conglomerado de personas, hemos olvidado la esencia polarizada de los micrones del sistema, todos los obreros de fábrica, la vasta gama de individuos que componen el reality show de las cámaras de seguridad, aquellas que supervisan el trabajo bien terminado, y el producto “minuciosamente acabado”, fileteado, envasado y etiquetado. Desde allí hasta nuestras mesas.
En esta producción seriada, no existe el tiempo para pensar, para sentir, para opinar, ni detenerse. Los sentidos parecen transmutarse, inmolarse, simplemente desaparecen. Por la huincha transportadora, no transita la calidad, en cambio; se desliza sobre ella lo peor de nosotros mismos, el reflejo de una sociedad en la que el superior (control de calidad), decide quién se queda y quién se va, merchandising de exportación o meramente producto nacional.