miércoles, 31 de marzo de 2010

factory CM



Desde la Revolución Industrial en Francia en el S. XVIII, el ser humano ha sufrido múltiples cambios debido a la estrecha relación que fue adquiriendo para con las máquinas. Debido a la llamada “producción en cadena” hemos mecanizado de tal manera, corrompida y sistemáticamente a los hombres, como meros productores de confort para satisfacer las “necesidades básicas” de un mundo que se está ahogando en sus propidos desechos.

En tanto que hemos super-valorizado este proceso de generar a gran escala, en grandes cantidades, para el gran conglomerado de personas, hemos olvidado la esencia polarizada de los micrones del sistema, todos los obreros de fábrica, la vasta gama de individuos que componen el reality show de las cámaras de seguridad, aquellas que supervisan el trabajo bien terminado, y el producto “minuciosamente acabado”, fileteado, envasado y etiquetado. Desde allí hasta nuestras mesas.

En esta producción seriada, no existe el tiempo para pensar, para sentir, para opinar, ni detenerse. Los sentidos parecen transmutarse, inmolarse, simplemente desaparecen. Por la huincha transportadora, no transita la calidad, en cambio; se desliza sobre ella lo peor de nosotros mismos, el reflejo de una sociedad en la que el superior (control de calidad), decide quién se queda y quién se va, merchandising de exportación o meramente producto nacional.
















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